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Siguiendo los pasos del flamenco

Siguiendo los pasos del flamenco

No hay nada que represente tanto lo que ha sido y significado Andalucía, como el flamenco. Éste se encuentra en el corazón de Andalucía, la tierra más mestiza de toda la península. La cultura andaluza no tiene nada de pureza esencial, sino que su esencia radica en el mestizaje y la fusión cultural.

El flamenco, como fenómeno, no tiene un origen claro, aunque la mayoría de los estudios apuntan a una fusión entre la cultura musical gitana (que llegó en Andalucía hacia el siglo XV) y la herencia cultural andaluza (mezcla milenaria de los pueblos moriscos, judíos y cristianos que habitaron la región).

Tratar de describir una experiencia tan peculiar y subjetiva como el flamenco es casi tan difícil como intentar apresar la niebla con las manos. Pero sólo hace falta fijarse en su nombre. En la palabra “flamenco” habita, primeramente, la imagen de la flama. Su nombre trata de dar cuenta del carácter incendiario de esa danza. El flamenco, como las llamas, es una combustión que se eleva, se contonea, fluye y se impone.

Pero este carácter tremendo y patético no se lleva hasta el extremo. Al virtuosismo sin respiro que domina el flamenco le contrasta sus silencios, sus templanzas, sus síncopas. Aunque el flamenco nunca ha tratado de representar el ave que habita en su nombre (demasiado ligero para él), arranca del suelo y sueña con el vuelo, para volver a plantar los pies otra vez en el suelo.

Los espectáculos de flamenco, que mezclan música y baile, podrían parecer desde fuera muy uniforme pero hay más de 50 estilos de flamenco. A estos estilos se les llama “palos” y cada uno tiene un nombre y unas particularidades diferenciadas. Depende de cada “palo” cambiará el color del baile y del canto.

Aunque el bailaor o la bailaora disponen de un gran abanico de pasos y figuras, el flamenco tiene un alto componente de improvisación. El ritmo y la energía de cada momento moverán al bailarín de una manera imprevisible e única.

El flamenco, que permaneció vulgarizado durante muchos años, cautivó ya en el siglo XX a creadores tan fascinantes como Federico García Lorca o Manuel de Falla, miembros de la cultura supuestamente alta del país. Las generaciones anteriores, incluso la de Ortega y Gasset, lo había considerado vulgar y pueblerino. No obstante, hoy el flamenco, cantado o bailado, tiene una fama mundial, fama quizás aún mayor que en su país de origen. No es extraño pues que, desde el 2010, forme parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y que en los últimos años haya experimentado un auge y renovación importantes.

 

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